MONICIÓN DE ENTRADA
Nos reunimos en el nombre del Señor. Vamos a asistir en el Evangelio de hoy a la curación del ciego Bartimeo. Postergado, marginado, al borde del camino, poco espera de la vida. Pero oye que viene Jesús de Nazaret y entiende que el Señor es su gran esperanza. Grita y grita para que le lleven ante el Maestro. Y es la cercanía de Jesús lo que le abre los ojos a una nueva vida. Todos somos un poco ciegos. Todos necesitamos que Jesús nos abra a los ojos a la alegría y a la esperanza. Iniciemos, pues, nuestra eucaristía con toda nuestra confianza puesta en Jesús.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Sacerdote: Andamos ciegos por el camino de la vida, sin entender realmente cuál es tu voluntad, muchos en el borde del camino esperamos que nos cures de nuestras faltas y atiendas nuestras necesidades.
1. Por la Iglesia, para que atenta a los gritos y lamentos de quienes se encuentran al borde del camino de la vida y necesitan ser atendidos, cuidados y curados sepa siempre mostrarles la ternura y la misericordia de Dios. Roguemos al Señor.
2. Por los responsables económicos y políticos de cada país para que, con honradez y determinación, atiendan las necesidades de las personas posibilitando el respeto a sus derechos fundamentales. Roguemos al Señor.
3. Por los enfermos, por las personas que los cuidan, por los profesionales del mundo de la salud, para que la situación de enfermedad sea un tiempo para crecer en la confianza, el afecto y la solidaridad. Roguemos al Señor.
4. Por los jóvenes para que con audacia se hagan cargo de la propia vida, vean las cosas más hermosas y profundas y conserven siempre el corazón libre. Roguemos al Señor.
SACERDOTE: Padre, tu pueblo acude a Ti lleno de esperanza, ante las dificultades del camino. Abre los ojos de tus fieles para que puedan contemplar la Luz que es Cristo.
Después de la comunión
Te bendecimos, Padre, por el corazón compasivo de Cristo
que en el oasis de Jericó tuvo lástima del ciego del camino,
imagen viva de la humanidad caída, necesitada de tu luz.
Hacemos nuestros, Señor, los gritos de su fe suplicante:
nos circunda amenazante el desierto inhóspito de la increencia,
al tiempo que nos atenazan nuestros miedos e inseguridades.
Haz, Señor, que tu palabra y tu amor despierten nuestra fe,
curando nuestra innata cegara, para poder verlo todo en la vida
con los ojos nuevos que nos da esa fe: los criterios de Jesús.
Así podremos seguirlo bajo el impulso y la fuerza de tu ternura,
como hombres y mujeres nuevos, renacidos por tu Espíritu.